Muy poco tiene que ver nuestra sociedad actual con los pueblos que habitaban la Tierra hace 10.000 años. Ellos no transitaban por carreteras, no se habían iniciado en la escritura y su tecnología elemental parece propia de otra especie si tenemos en cuenta que el mundo digital de hoy en día ha desbordado las barreras de lo físico. Pero, si hay una cosa que nos une a través de los siglos es la dependencia que entonces y ahora tenemos respecto a la agricultura, es decir, la domesticación del entorno natural para obtener alimentos con los que subsistir.
Actualmente la agricultura se encuentra ante una prueba de fuego. En tiempos de Internet, de automatización en la Industria 4.0, de tenerlo todo en la nube y de exploración espacial, el sector agroalimentario sigue siendo un punto crítico para el desarrollo de la humanidad. Por eso las personas que dedican su vida al cultivo para alimentar al mundo merecen todo el reconocimiento que les brinda el Día Mundial de la Agricultura y una atención a los retos que se ciernen sobre su actividad.
Nunca antes la agricultura se había visto tan amenazada. La presión a la que está sometida es preocupante y la innovación en toda la cadena de suministro alimentario con la finalidad de aumentar su eficacia es un aspecto esencial para abastecer a todo el planeta.
El cambio climático es uno de los peligros más evidentes que afronta el sector. Los agricultores siempre han tenido un ojo puesto en el cielo, atentos a los avatares del tiempo. Ahora tienen motivos de peso para hacerlo: el calentamiento global acelera la desertificación y, según el Banco Mundial, el 74% del suelo español hoy en día es tierra seca. La falta de precipitaciones y el bajo rendimiento del suelo constituyen también una espada de Damocles para la calidad y la cantidad de nuestras cosechas.
En paralelo, la demanda de cultivos irá al alza: según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la población mundial se acercará a los 10.000 millones de personas en 2050, lo que obligará a aumentar un 70% la producción de alimentos.
Para cerrar esta ecuación perversa, la despoblación de las zonas rurales y el abandono de los campos por la dificultad de asegurar la viabilidad económica de las plantaciones también pone en riesgo el actual modelo de actividad agrícola. Según la encuesta recogida en el estudio El futuro del sector agrícola español de la consultora PwC, cesar la actividad de la explotación es la opción más probable para el 22% de los agricultores una vez se retiren.
Soluciones innovadoras para la agricultura del mañana
¿Es posible luchar contra esta tendencia? La innovación y la tecnificación están ejerciendo un papel imprescindible. La FAO recomienda, en este sentido, apostar por las nuevas tecnologías y la investigación biotecnológica para aumentar la producción al tiempo que se vela por el medio ambiente.
De hecho, esta inversión inicia un círculo virtuoso que reactiva todo el modelo de vida rural y lo convierte en una opción motivadora y llena de oportunidades para los jóvenes agricultores que hoy en día se ven tentados a abandonar el campo.
Estas son algunas de las innovaciones que ya están mejorando la productividad de la agricultura y su rendimiento:
– Cultivo de variedades modificadas genéticamente con el objetivo de que sean más resistentes a las sequías, a las temperaturas extremas y al agotamiento del suelo. Para la FAO, deberían aumentar los ensayos y protocolos de seguridad alimentaria y protección medioambiental de los productos transgénicos, a fin de impulsar su desarrollo responsable, que se ha visto frenado en los países desarrollados.
– Cultivar sin tierra: la hidroponía, es decir, el cultivo de plantas que no requiere tierra porque utiliza una solución química de nutrientes minerales disueltos en agua, está ganando defensores. Según el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la agricultura hidropónica no precisa de pesticidas y requiere menos agua y espacio, por lo que muchos la consideran una opción de futuro. En este tipo de plantaciones, el EPS (poliestireno expandido) es el material utilizado para elaborar flotadores que permiten el crecimiento de los cultivos, por ejemplo las lechugas.
– Agricultura sin labranza: implica trabajar las tierras sin equipos mecánicos, la cual cosa reduce su erosión y permite que el suelo conserve mejor los nutrientes y la humedad.
– Conreos en las azoteas: una alternativa a mejorar la productividad de los cultivos es aumentar el espacio destinado al conreo de forma creativa. ¿Y por qué no hacerlo en la parte superior de un edificio en plena ciudad? Kilómetro cero en su máxima expresión. El EPS es un material muy habitual a la hora de crear huertos urbanos, ya que se utiliza para elaborar semilleros, que permiten germinar semillas de forma ordenada y protegida.
– Robots agrícolas: los tractores tradicionales que trabajan en el campo ya tienen descendencia. Es el caso de Vegebot, el robot desarrollado por la Universidad de Cambridge que es capaz de recolectar verduras iceberg de forma autónoma por medio de la visión artificial.
– Proteger la integridad de los productos agrícolas: según AECOC (Asociación de Fabricantes y Distribuidores), el 1,79% de los productos nunca llega a comercializarse a causa del deterioro de envases y embalajes, errores de etiquetado, fechas de caducidad, etc. Proteger la integridad de los productos y sus propiedades organolépticas es un aspecto prioritario para el sector agroalimentario. Los envases elaborados con EPS ofrecen una alta resistencia a los golpes durante el transporte de los productos y su capacidad para aislar térmicamente el contenido protege la correcta conservación de los alimentos frescos hasta llegar al punto de venta.